En el presente trabajo, nos centraremos en la relevancia del nombre de autor incluido en la obra poética del escritor asturiano, atendiendo a sus efectos y funcionamiento pragmático. En este repliegue discursivo sobre “sí mismo”, Ángel González (1925-2008) reivindica la posibilidad de plasmar una autorrepresentación, que excede con creces la mera remisión a la persona empírica, pues ésta sólo se comprende en el cruce de ambas esferas -privada y pública-, entre la proyección autobiográfica y la versión escrituraria. El orden social queda integrado a su autoanálisis, y dentro de él el propio sujeto que nos cuenta su vida, al tiempo de advertirnos sobre los límites de tal gesto, por su estatuto verbal e imaginario (Scarano
2011a). La pulsión figurativa de esta escritura dotada de nombre autoral revierte sobre el lector, que no puede sustraerse a la seducción que ejerce sobre él la función denotativa del antropónimo, de efecto “encantatorio” (al decir de Philippe Lejeune), proyectando un “aura de verdad” sobre el poema, pero preservando un incesante “movimiento de vaivén” (Combe 145), del autor empírico al ser de papel.
Sabemos que el sujeto lírico se construye como “imaginario” o “ficcional” y nos propone un “relato de identidad”, una versión filtrada por una subjetividad en proceso, imposible de sujetar de manera unívoca a los avatares extratextuales. Pero en esta operatoria los datos de la biografía del autor incorporados al texto colaboran con el efecto de realidad que propicia el antropónimo. La expresión “ficción-autor” (Scarano 2013 y 2014), para aludir a la construcción mediatizada de un personaje “nombrado” y “fechado”, junto con sus desdoblamientos, máscaras y demás figuraciones, nos permitirá discutir los juegos y alianzas establecidas entre yo lírico y autor.
Fil: Leuci, Verónica. Universidad Nacional de Mar del Plata. Facultad de Humanidades. Departamento de Letras; Argentina.
Fil: Scarano, Laura. Universidad Nacional de Mar del Plata. Facultad de Humanidades. Departamento de Letras. Celehis; Argentina.