El bosque ha dejado de ser un lugar horroroso. Las madrastras malignas ya no obligan
a padres resignados a llevar a sus hijos a morir de hambre allí, entre las ramas y la
inconveniente inclinación de las aves por las migas. Los lobos ya no hablan, ya no
imitan la voz de las abuelas, ni se las devoran, ni dejan que un leñador les abra el
estómago -qué gore- para rescatarlas; esas bestias de orejas, ojos y dientes (...)
Fil: Giménez, Facundo. Universidad Nacional de Mar del Plata. Facultad de Humanidades. Departamento de Letras; Argentina.